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Borja Barragán: “Riesgo es coger el petate e irte sin un euro a las misiones”

*Entrevista de María José Atienza. Publicado en Omnes el 06/07/2023

Fundador de Altum Faithful Investing, Borja Barragan, junto a un equipo de profesionales tanto jóvenes como veteranos, ayuda y asesora a instituciones religiosas en el campo de la inversión y gestión de activos financieros con un criterio asentado en la Doctrina Social de la Iglesia.

¿Cómo puede una institución religiosa o una diócesis gestionar profesionalmente una cartera de inversiones? ¿Se puede conocer si las compañías o fondos en los que se invierten están plenamente alineados con el Magisterio de la Iglesia? Para responder y ayudar en estas cuestiones nació Altum Faithful Investing, una empresa de asesoramiento financiero que combina el crecimiento sólido y estable del patrimonio y la aplicación de principios católicos fundada por Borja Barragán. 

La idea nació a raíz de la toma de conciencia de la propia vocación personal y matrimonial de Barragán que, como apunta en esta entrevista con Omnes, se sorprendió al conocer las abusivas comisiones que se le cobraban a los religiosos por estos servicios y la falta de alineación de algunas inversiones con la Doctrina Social de la Iglesia.

¿Cómo nace una empresa como Altum Faithful Investing?

–Hace 7 u 8 años, yo estaba estudiando el Máster en Pastoral Familiar del Instituto Juan Pablo II. Para mí, en el aspecto personal, fue un absoluto redescubrimiento de la vocación al matrimonio: Dios vuelve a estar en el centro de tu vida vocacional matrimonial… Y, por tanto, el resto de las cosas también se van ordenando.

Entre los alumnos del Máster también había religiosos y religiosas. Ellos sabían que yo me dedicaba a temas financieros, porque siempre he trabajado en banca de inversión, mercados financieros, carteras de inversión, etc., y me consultaban sobre estos temas. En ese aspecto, hubo dos cosas que me llamaron mucho la atención. La primera fue el tema de las comisiones, las altísimas comisiones que se les cobraban a los religiosos. Por otro lado, también, la falta de coherencia entre algunas de las carteras de los religiosos y la fe profesada. Que no era por mala intención, sino porque se fiaban de quienes les habían “asesorado”.

Creo que uno de los primeros aspectos que tenemos que tener ante la lógica del don, es gestionarlo de manera correcta. Muchas instituciones religiosas tienen una gran parte de su patrimonio derivado de donaciones que ha ido haciendo la gente y, ante el don recibido, tienes la tarea de gestionarlo bien.

Constaté un vacío. No había nadie que tuviera la vocación y la voluntad de intentar gestionar ese patrimonio de una manera coherente con la fe para ayudar de manera profesional a las instituciones religiosas. Porque tenemos muy claro que ser “católicos” no nos exime, al revés, de ser muy. profesionales.

A partir de ahí hubo un proceso de discernimiento potente. Hablé con mi mujer, con varios sacerdotes y también delante del Sagrario pensando cómo poner mis talentos, aquello que se me da bien -la gestión financiera-, al servicio de instituciones que me han estado acompañando durante toda mi vida. 

Hasta hace relativamente poco tiempo, era poco frecuente escuchar unidos los términos “inversiones – Iglesia”. ¿Cree que hay profesionalidad en este campo o queda mucho por recorrer aún?

–Yo creo que la gestión en las diócesis, en las instituciones religiosas, etc., se hace de la mejor manera que se puede. Que haya ecónomos formados al frente de estas instituciones ya es un logro. Es cierto que existen diferencias culturales muy grandes entre el mundo anglosajón o centroeuropeo al que ha habido mucho tiempo en España.

El planteamiento es completamente diferente en la cultura anglosajona. Para ellos, del “don recibido”, por ejemplo, del patrimonio se deriva la obligación de gestionarlo y administrarlo de la mejor manera posible, con gente profesional. 

En la parte ética, el empujón ha venido en los últimos años. En 2018, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica publicó “Economía al servicio del Carisma y la Misión” y, tambien en 2018, la Congregación para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral publicaba “Oeconomicae et Pecuniariae Quaestiones. Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero”. Aquellos fueron los primeros grandes pasos que luego se desarrollan en el reciente documento “Mensuram Bonam”. 

Claramente la Iglesia se está dando cuenta que hay un patrimonio que gestionar bien y no es para que los religiosos se compren Ferraris. Sino porque, para hacer el bien necesitas bienes. Hay que ver cómo hacer fructificar esos bienes de la mejor manera posible. 

La diferencia principal con el mundo anglosajón es que ellos llevan trabajando 300 años con el concepto de endowment, (en español “fondo dotacional”). 

Antes de montar Altum fui a formarme a Harvard. Allí conocí a fondo este concepto de endowment. En el caso de la universidad, por ejemplo, se gestiona el patrimonio pensando en las necesidades de los estudiantes de dentro de 50 años, para que tengan las mismas oportunidades que los de hoy. Algo similar ocurre con el mundo congregacional y diocesano: ese patrimonio está para atender las necesidades de las vocaciones de dentro de 50 años. Para atender a este horizonte temporal tan largo, la tolerancia al riesgo tiene que ser mayor. 

Si miramos qué activos son los que mejor se han comportado, cuáles han dado mejor rendimiento, en el largo plazo no hay duda que los activos que mejor han soportado la inflación son los de renta variable, no los de renta fija. Ahí es donde entra la ciencia financiera para ayudar a las entidades religiosas a que tengan una gestión equilibrada de su patrimonio. No se afirma que todo vaya a renta variable y que se asuma todo el riesgo, sino que sean capaces de asumir un riesgo adecuado a su propia tolerancia al riesgo. Acorde a su capacidad y, sobre todo, bueno para su horizonte temporal. 

Si somos cortos de miras y nos centramos sólo en asumir carteras sin riesgo, el objetivo de garantizar las mismas oportunidades en 50 años te garantizo que no se va a cumplir. Simplemente, la inflación se va a comer ese patrimonio. 

¿Y va calando esta idea de evitar el cortoplacismo y asumir riesgo? 

–Poco a poco. Nuestros propios clientes nos lo dicen. Muchos vienen del “mundo del deposito” que se hacía antes de 2008. En 2008, con la gran crisis, desaparecen los tipos de interés, nadie da nada por el dinero. Ahora si pueden dar un poco más por estos depósitos, y la petición que nos hacen es ver cómo asumir un poco mas de riesgo para poder mirar más allá de 5 años. 

Otra cosa que vemos es que, cada vez más, las personas que están al frente de la administración de este tipo de instituciones buscan estar preparados. Piden formación para ser capaces de tener una conversación en igualdad con los bancos con los que se sientan. 

¿No cree que, aún así, palabras como “riesgo” o “lucro” en la Iglesia dan cierto reparo?

–La palabra riesgo en la Iglesia puede dar cierto miedo pero son los misioneros, los religiosos, los que han cogido un petate y, sin un euro en el bolsillo, se han cruzado el mundo para ir a misiones en países hostiles. Eso para mi sí que es riesgo.

En todo caso, debería preocuparnos más, no tanto si las instituciones de la Iglesia consiguen algo de lucro con las inversiones, porque sabemos que ese lucro es para invertirlos en conservación de templos, en ayudas a la caridad, etc., sino el cómo se obtiene ese lucro y en qué se está utilizando.

Ustedes han lanzado hace poco un sistema de certificación de fondos bajo criterios basados en la Doctrina Social de la Iglesia. ¿Cómo llevan a cabo esta certificación? 

–No se puede analizar una compañía por la vida privada de su CEO o por el comportamiento de sus empleados. Para hacerlo de una manera objetiva -estamos hablando de inversiones-, tenemos que mirar dos aspectos.

Lo primero es conocer si la actividad que desarrolla la compañía entra en conflicto con el Magisterio de la Iglesia o no. Se busca que las empresas sean lo que son. No que se abanderen con la cruz y que recen el Ángelus, sino que den una serie de bienes, de servicios, de productos con calidad, a costes asequibles, que traten bien y paguen a sus empleados, etc. Eso es lo que se le pide a una empresa. A esto nos referimos cuando hablamos de que la actividad que desarrolla no entre en conflicto con el Magisterio. La segunda parte se refiere a las prácticas que desarrolla la compañía como compañía y si, igualmente, entran en conflicto o no con la Doctrina Social de la Iglesia. Por ejemplo, podemos invertir en una compañía que haga mesas; algo que, de primeras, no entra en conflicto con la Doctrina Social de la Iglesia. Pero, ¿qué ocurre si esta compañía, dentro de su política filantrópica, tiene el hacer grandes donaciones a Planned Parenthood? ¿Tiene sentido que yo, como católico, esté financiando a una empresa que dona a proyectos claramente contrarios a la moral y al Magisterio de la Iglesia? 

El primer paso es analizar las compañías, a través de toda una metodología que tenemos y de las guías de inversión de Altum, para que ni las prácticas, ni las actividades entren en conflicto con la Doctrina Social de la Iglesia. Trabajamos, principalmente a través del diálogo directo con las compañías, lo que en ingles se llama engagement. En 2022 hicimos mas de 600 engagements con compañías para “andar en verdad”. Ante una información controvertida de una empresa queremos saber su opinión. No porque seamos los más justos sino porque, también en la metodología, nos guiamos por el ver – juzgar – actuar que sostiene la Doctrina Social de la Iglesia. Para juzgar y actuar, en nuestro caso, primero tenemos que ver.

¿Qué puntos son importantes a la hora de que una institución se deje asesorar en la inversión?

–Creo que hay tres puntos clave.

El primero es la confianza – independencia. Tienen que tener confianza plena en la persona que les vaya a asesorar. Esa confianza ha de venir de la independencia. La pregunta es “¿A quién se debe la persona que me está asesorando?” En muchos casos, los asesores financieros son pagados por los bancos, o en el caso de entidades no independientes cobran de los bancos y de los fondos de inversión que colocan al cliente y se produce un conflicto de interés claro: ¿Qué se le ofrece al cliente, lo que mejor le viene o lo que más comisiones genera para el banco o banquero?. 

Además, de esto, hay que sumar a este primer punto la profesionalidad. Cualquier asesor financiero tiene que ser un asesor regulado por la Comisión Nacional del Mercado de Valores en el caso de España.

Segundo, no todo vale. Cuando llega el banquero y presenta productos de inversión se les vende mucho a los religiosos la inversión socialmente responsable, pero la aproximación actual que existe a la inversión socialmente responsable puede entrar en conflicto con el Magisterio. Por ejemplo, puedes tener una empresa que tenga una calificación muy buena desde el punto de vista ASG (ambientales, sociales y de gobierno corporativo) porque no tenga emisiones tóxicas, la junta de accionistas es paritaria: 50% de hombres y 50% de mujeres y todos los stakeholders estén encantados. Pero si esa empresa investiga con células madre embrionarias, ¿deberíamos invertir ahí? No. No todo vale, y esta es una de las razones por las que las gestoras de fondos de inversión nos han pedido esta calificación 

En tercer lugar, el patrimonio inmobiliario. En muchos casos hay que desprenderse de adherencias del pasado para poder mirar por el futuro. Hay que cerrar casas o comunidades para asegurar la supervivencia del instituto en los próximos 100 años. Esa gestión, en la que nos encontramos con activos complicados desde el punto de vista urbanístico, pero también muy jugosos para los fondos de inversión, necesitan de un acompañamiento profesional, a no ser que sean expertos en temas inmobiliarios. 

Quizás menos conocida pero igualmente llamativa es su participación en un proyectos como Libres. ¿Un nuevo mecenazgo?

–Dentro de las grandes multinacionales existe la posibilidad de hacer Charity, actos de donación. Cuando trabajaba en banca, siempre me encontraba que, cuando quería donar a instituciones religiosas la respuesta era: “No”. ¿Por qué? Por ser religiosas. Pensé que, cuando tuviera mi empresa, quería ayudar a la vida religiosa que tanto me ayuda a mí, además.

En Altum tenemos el programa Altum100x1: Como empresa, los dividendos que se pagarían a los accionistas (yo soy el único), se donan a proyectos de evangelización que tiene que tener, al menos, una de estas tres características: promoción de la oración, promoción de la misión y la formación de vocaciones.

Llevamos ya varios años apoyando proyectos y en el caso de Libres fue absolutamente natural. De poner una semilla, ha salido una producción como Libres que da a conocer la vida de esas personas que, calladamente, nos apoyan y es una manera de promocionar todo esto.